En este momento me dispongo a realizar un recorrido por mis 20 años de vida, a hacer memoria y relataros en estas líneas lo que ha sido y es mi experiencia, mi testimonio de fe, en definitiva, mi relación con Jesús.
Todo empieza mucho antes de nacer, puesto que mi madre era una mujer con una profunda fe y que confiaba plenamente en Dios, por lo que desde siempre me ha intentado inculcar esos mismos valores. En este aspecto, me siento profundamente afortunada, ya que he crecido en una familia con unos valores cristianos tales como el amor, la solidaridad, el perdón, la protección…
De hecho, si miro hacia atrás, hacia mi niñez, recuerdo cómo no solo se centraban en enseñarme cosas tan necesarias como el leer o el escribir, sino que también mi madre me transfería la importancia de la fe. Me enseñó a rezar desde que comencé a hablar (¡cómo nos gustaba rezar juntas todas las noches -antes de dormir- el “Jesusito de mi vida”!). Y por supuesto, también asistíamos juntas a la Eucaristía de los domingos, en las que no me estaba quieta y no paraba de hacer preguntas que mi madre amorosamente trataba de contestar desde la sencillez y el cariño con que solo una madre sabe hacer. Y así poco a poco fui conociendo a un nuevo acompañante en el camino. Todo esto se completaba con las clases de Religión y las catequesis a las que iba llena de alegría, pues eran momentos de risas con los amigos.
Creo que así podría resumir mi niñez en referencia a la fe.
Al llegar la adolescencia algo cambió; supongo que empieza la edad de plantearse ciertas cosas y el rebelarte contra todo. Ya no me apetecía seguir participando en la parroquia, por lo que pasé un par de años “separada” (aunque he de reconocer que algunos domingos sí que seguía asistiendo a misa y participando en las actividades juveniles).
Pero todo cambió, cuando por casualidad me tocó preparar unos juegos para los niños en un inicio de catequesis, y lo que empezó siendo el preparar una gymkana acabó por convertirse en una nueva etapa: la de catequista. Así al mismo tiempo que me formaba para recibir la Confirmación, preparaba a los más peques en su iniciación a las catequesis. Gracias a ello descubrí que tratar con estas personitas me hacía inmensamente feliz y es por eso que ahora mismo me encuentro estudiando Magisterio.
Tras un Encuentro de Jóvenes Diocesanos, nos presentaron a un señor vestido con unas calzonas, un jersey y botas, que he de reconocer que me hacía gracia. Resulta que ese señor era un Scout, que tras tener varias reuniones y explicarnos en qué consistía el movimiento nos animó a formar nuestro propio grupo. Al principio me chocó la idea, pero después pensé que sería genial poder compartir ese espíritu a los jóvenes y niños de mi pueblo.
Y así me encontraba yo, ya confirmada, siendo catequista, dentro de un grupo de jóvenes diocesano, perteneciente al coro joven que formamos en la parroquia y en proceso de montar un nuevo grupo. Tengo la satisfacción de poder haber realizado mi promesa, pues ya sabéis que “Scout una vez, Scout siempre”.
Sin embargo, no todo es felicidad, y cuando te suceden cosas realmente duras tienes dos opciones: agarrarte a la fe o dejar de creer, y yo por desgracia opté por lo segundo y tuve una etapa de oscuridad, en la que no sólo abandoné todos los grupos, sino que también abandoné a Dios, pues sentía que me había fallado y yo no quería saber nada de él.
Pero en el fondo de mi corazón yo seguía sintiendo una llamada, aunque me seguía sintiendo confusa y enfadads, decidí volver a acercarme, mas nuevamente me volví a alejar y así tras idas y venidas, con mis dudas y mis preocupaciones empecé a participar nuevamente en las actividades que dejé olvidadas tiempo atrás. Así me di cuenta de que volvía a sentirme llena. Volví a sentir que alguien caminaba junto a mí, pero esta vez de una forma distinta, más cercana.
No sé qué me deparará el futuro, pero lo que sí sé es que tengo la certeza de que ya no volveré a sentirme sola, aunque me ataquen las dudas nuevamente, sé de quién me he fiado y sé que tiene un proyecto preparado para mí, al igual que para vosotros. Como veis, mi vida no ha sido un camino recto, sino que ha tenido miles de curvas y estoy segura de que las seguirá teniendo, pero os animo a que confiéis, pues el Señor no defrauda.