Todos los seres humanos somos conscientes de la importancia de tener las necesidades básicas cubiertas, pero, solo, cada uno, en su interior, se conoce, y sabe que hay otras necesidades, las del alma, igual de relevantes, que si no se cubren, se vive en el desierto, en una insatisfacción permanente; pero estas no son determinadas por la sociedad sino por la elección personal.
Nuestra sociedad nos ofrece un sistema de valores que, a menudo, se opone al mensaje de Dios. El verdadero desafío para el cristiano es ser un ejemplo real de su fe, en un mundo que considera retrógrado ser creyente, y que pide esconder en casa las creencias personales; negar la esencia de lo que uno es; como si uno pudiera vivir sin su corazón.
Es fácil sentir una vida vacía cuando se establecen relaciones superficiales, cuando se defiende la cultura de la muerte o cuando uno se muestra ajeno a las situaciones de sufrimiento de los otros. El cristiano, sin embargo, no vive para sí mismo sino para los demás. Dormir con la conciencia tranquila es dormir con el desgaste sano de haber hecho lo que estaba en tu mano por mejorar las condiciones de todos. Uno no establece un vínculo real, profundo, con Dios, hasta que no conoce el alcance de su obra. El desconocimiento o el alejamiento de Dios desemboca en la falta de compromiso con nosotros mismos, con su mensaje y con el mundo. Es imposible impedir que brote el amor cuando se está enamorado; cuando uno se enamora de Dios, la fe le transforma, y por consiguiente, también, él transforma, -mejora-, el entorno que le rodea.
Quién se atreve a “ir contracorriente”, a promover la cultura de la vida, cuando se nos enseña que, si uno mata a su hijo, está ejerciendo su derecho a ser libre; la cultura del valor, cuando se nos presenta un mundo hedonista que busca placeres exprés; la cultura del ser, que enaltece los valores cristianos que nos humanizan, y que no están en venta, frente al ansia de tener; la cultura de la utilidad en oposición a la del derroche… Una sola persona puede realizar cambios sorprendentes en el mundo, al menos, en su contexto; es inabarcable imaginar lo que podíamos conseguir los 1.254 millones de católicos que hay en la actualidad.
Es inabarcable imaginar lo que podíamos conseguir los 1.254 millones de católicos que hay en la actualidad.
Como el feto necesita el alimento de su madre, o la planta al sol, o el río a la lluvia, para vivir, así el cristiano necesita alimentar su alma. Nuestras vidas transcurren en una “contrarreloj” diaria que nos obliga a priorizar uno de los regalos más importantes que tenemos, nuestro tiempo. Cada segundo es una puerta a nuevas posibilidades. Vivir es elegir; elegir implica decir “sí” a lo que somos o queremos ser, pero, también, “no” a lo que nos aleja de nuestras convicciones. ¿Qué elegimos cada día? ¿A qué estamos conectados? ¿En qué invertimos nuestro tiempo? ¿Cuáles son las necesidades personales que cubrimos, y cuáles las que no estamos dispuestos a renunciar a ellas? La Pascua nos ofrece vivir unos días, lejos del ruido, de las prisas, de los colores opacos de la ciudad; apartados de nuestras agendas autoimpuestas; de nuestras zonas de confort; en un paraje envidiable, en pleno pulmón de la provincia de Cáceres, con una wifi abierta sin restricciones, 24 horas activa, para conectar con nosotros mismos y con Dios. Todos los monasterios están ubicados en lugares estratégicos que invitan a la interiorización y al descubrimiento. Vivir la Pascua es estar a la espera, no tener miedo de escuchar y de escucharnos; de adentrarnos en la historia de Amor más importante de la Humanidad; vivir la Pascua es defender la cultura de la esperanza, de la vida, de la Resurrección y de un Amor que sigue naciendo. Vivir la Pascua es estar dispuestos a morir, descubriendo y enterrando lo que nos aleja de Dios, para volver a nacer, sabiéndonos parte de un todo; sintiéndonos hijo de un mismo padre; colaborando en la creación de una única casa universal donde la Fe sea el ingrediente que siempre endulzará la mesa.
Dios vive, y necesita jóvenes valientes que quieran conectarse a su red.
¿Te apuntas a estar “en línea” con Él?
Begoña Iglesias